martes, 11 de febrero de 2014

RESUMEN: Escuela Continental de Formación Política en Agroecología del MAELA




Una crónica/resumen del primer módulo de la Escuela Continental de Agroecología del MAELA realizada en Cañuelas, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

1ª. ESCUELA CONTINENTAL DE FORMACIÓN POLÍTICA DEL MAELA

 

Profundizando la mirada para la acción 

 

Por Ignacio Cirio

El primer módulo de la I Escuela Continental de Formación Política (ECFP) del Movimiento Agroecológico de América Latina y Caribe (MAELA) llegó a su fin, dando inicio a la fase política en los diferentes países participantes: un semestre en que las delegadas y delegados de las organizaciones se comprometieron a internalizar en sus colectivos y junto a las coordinaciones nacionales del Movimiento acciones de fortalecimiento organizativo preparatorias para la segunda instancia prevista para mediados de año.
Fueron once días de formación, bajo la metodología de Educación Popular, realizados en la localidad de Cañuelas, a unos 60 kilómetros de la Capital Federal Argentina. Participaron 18 mujeres y siete varones de un total de 26 organizaciones provenientes de 12 países latinoamericanos, además de los integrantes de la Comité Coordinador Continental (CCC) del Movimiento, militantes de organizaciones locales y el equipo de facilitadores/as en temáticas como Género, Comunicación, Agrotóxicos y Transgénicos, Economía Social y Solidaria, Educación Popular y Soberanía Alimentaria.
La conceptualización de la Agroecología como propuesta política que propende a un cambio profundo de las estructuras agrarias, alimentarias y económicas, con justicia social y de género, fueron algunos de los nodos centrales del trabajo de formación de cuadros de MAELA.
Asimismo, se buscó el fortalecimiento de este Movimiento, con 22 años de vida, en su estructura, así como de la capacidad de interlocución de sus delegados y representantes en diferentes espacios de articulación o negociación en que participa la organización a nivel nacional, regional, continental e internacional.
Tal es el caso de la Alianza por la Soberanía Alimentaria de los Pueblos de América Latina y Caribe, el Comité Internacional de Planificación para la Soberanía Alimentaria (CIP) o el Mecanismo de la Sociedad Civil del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, por citar algunos espacios.
La convicción de la necesidad de fortalecer la propuesta política agroecológica como forma de trazar caminos hacia la Soberanía Alimentaria, la riqueza de experiencias comunitarias y locales, con proyección a los procesos nacionales y la defensa de los territorios frente al avance del paquete productivo de la agroindustrialización, quedan entre los resultados de los días de debate e intercambio de experiencias, en un enero atípicamente lluvioso, al sur del continente.
También la recuperación de la mirada de género y los saberes tradicionales y ancestrales en la conformación de sistemas agroalimentarios soberanos como claves en una nueva concepción de desarrollo rural, de un lado y la calidad de vida o “Buen Vivir” en los espacios urbanos, de otro, fueron aspectos resaltados por facilitadores, participantes e invitados a la Escuela.
La interacción con estados y gobiernos, con la academia e incluso con las estructuras de partidos fueron aspectos que quedaron abiertos al debate. No obstante, la Escuela de Formación Política –un proyecto largamente madurado en la estructura del Movimiento- puede servir como referencia clara del conjunto de transformaciones que el MAELA ha atravesado desde que en 2009 definiera su tránsito hacia una estructura de movimiento social donde el sujeto político fundamental lo conforman campesinos, indígenas, productores y productoras familiares agroecológicos, con el acompañamiento de organizaciones de asesoramiento técnico y político. El evento también sirvió como denuncia de la disputa territorial que se vive a nivel del continente, de acuerdo a tres de los testimonios de participantes en la Escuela con quienes dialogamos.

Costa Rica: la contracara de la piña

 

Grace Navarro Pérez pertenece a la Red de Mujeres Rurales de Costa Rica, donde se articulan mujeres del campo en torno al eje de procesos de formación y rescate y defensa de la tierra campesina, las semillas y los saberes tradicionales. La Red es una herramienta de empoderamiento de las mujeres en sus distintos territorios, a través de talleres y visitas colectivas a fincas diversificadas en las varias regiones ticas.
La Red interacciona con el aparato estatal, indica Grace, pero “las que hablamos somos nosotras”, agrega y aclara que existen varios casos de “invasión” trasnacional a través de minería y agronegocios. En su región, es el caso del monocultivo de piña (ananá) a través de la multinacional PINDECO, en tierras estatales inicialmente destinadas a distribuir entre familias campesinas. Sin embargo, la trasnacional explota esas extensiones a cambio de una renta módica, explica Grace. Se trata de kilómetros y kilómetros cuadrados de cultivos que han transformado hasta el propio paisaje, grafica.
En otros territorios, en el Caribe tico y al sur del país por ejemplo, la piña es sustituida por los bananales. “Hay poblaciones que tienen serios problemas de salud por los venenos que se aplican allí. El agua en esas regiones ya no es potable, está envenenada y llega solo a través de cisternas” algunas veces a la semana, indica la referente de MAELA.

La defensa de las “gallinas de patio” o criollas, tras una experiencia en que el Ministerio de Agricultura (MAC) entregó a cada familia algunos ejemplares cuya genética requería alimento concentrado y por ende la obtención de insumos externos a la finca, es parte también de las experiencias de la Red, que se complementa con la conservación e intercambio de semillas criollas. Grace trabaja la finca diversificada de sus padres y como tal, señala, ha logrado influir en la toma de decisiones del predio y ha introducido cambios en el sistema productivo en transición agroecológica a partir de nuevos conocimientos adquiridos en el marco de la Red, que a su vez integra MAELA. Para ello se enfrentó primeramente al método tradicional para sus padres, que sin embargo se apropiaron de las nuevas técnicas agroecológicas.
Ser parte de un Movimiento con carácter continental, que postula la Agroecología como proyecto político, también internacional, es para Grace “sentir y confirmar que estamos apoyadas, ver que en las regiones, países o comunidades estamos en una misma lucha y que se está trabajando en conjunto”. De su participación en la ECFP, Grace analizó los distintos ejes “como parte de mi diario vivir”, señalando que el trabajo la ayudó para conceptualizar y enmarcar la práctica de la Red en categorías de análisis más profundas. “Lo que hacemos tiene gran valor. Y esta Escuela nos sirve para empoderarnos cada día más”, dice Grace.

La organización y la mirada internacionalista es para ella una ganancia fundamental en su vida, como mujer rural: “de no haber participado en estos espacios –señala- no me diera cuenta de toda la problemática que hay en mi país; estuviera enredada en el rollo del progreso, del desarrollo… es decir que creo que solo organizadas tenemos noción más clara de la realidad. Por ejemplo, yo vivo a media hora de los piñales y no me daba cuenta, no analizaba el efecto que nos estaba causando. Cuando concurrí en mi comunidad a un espacio de capacitación de la Red que hablaba de eso, me alarmé porque no me estaba dando cuenta”.
Cuando la consultamos sobre la mirada de género, Grace apunta que la apropiación de conocimientos sobre su propio cuerpo, su femineidad, su maternidad y el valor de su trabajo, productivo y reproductivo, culmina quebrando los fuertes estereotipos y construcciones sociales que rigen, más marcadamente para las mujeres del medio rural.

La “edad de casarse”, de “ser madre”, etc. son parámetros muy condicionantes a nivel de las comunidades rurales donde nació y vive Grace, que son parte de las construcciones sociales de género, que la capacitación ayuda a des-naturalizar. “Quizá si no hubiera participado en espacios organizados estaría llorando por no haberme casado, cuando en realidad es una decisión mía”, dice Grace, acompañando la frase con una risa sonora.

Colombia: semillas y desobediencia civil

 

Y con la misma sonrisa, casi con ansiedad por contar las experiencias que se llevan adelante en el resguardo indígena de Cañamomo, del departamento colombiano de Caldas, nos recibe María Velma Echavarría, protegiéndose del duro sol bonaerense de enero bajo uno de los varios árboles que rodean a la ECFP.
La geografía plana, de pampas extensas y pastos infinitos, reverdecidos por las recientes lluvias y solo parceladas por alambrados y cortinas de eucaliptus dista mucho de las tres cadenas montañosas que caracterizan a Colombia. Allí, cada palmo de terreno, por empinado y remoto que parezca, es fuente de producción de alimentos para las familias indígenas y campesinas.
Y hasta allí también llegó la “Revolución Verde” y el mercado alimentario globalizado internacional, buscando insertar a los campesinos en ese mercado, sustituyendo las fincas diversificadas por el monocultivo del café. Ya no sería necesario cultivar la yuca, el banano, el mango, la papa, el aguacate o el maíz, escucharon los campesinos de parte de los “promotores” del “desarrollo rural”, en no pocos casos desde funciones públicas.
La solución era arrancar los palos frutales, los árboles de abrigo, las huertas medicinales… para cultivar el café que, vendido en el mercado internacional, significaría la renta necesaria para adquirir todo lo que antes se producía dentro del predio. Las semillas tradicionales ya no eran necesarias y así fueron descartadas y casi olvidadas. Casi… Pasaron algunas cosechas y el plan “perfecto” del monocultivo resultó desastroso para las familias campesinas, encadenadas a los vaivenes del precio internacional del café –hoy en crisis aguda-, al paquete productivo con agrotóxicos y concentración de la riqueza, a los intermediarios y acopiadores del grano mágico y sagrado.

Para recuperar las semillas que había acompañado a las comunidades por siglos era necesario un plan, un “Plan de Vida” de acuerdo con la definición de los Cabildos Indígenas colombianos, como proyección estratégica integral, que encontró su punto de partida precisamente en las semillas, en sus semillas.
Así surge la figura del guardián y la guardiana. “No podemos hacer Soberanía Alimentaria con semillas de fuera”, dice María Velma, por lo cual se inicia con urgencia la creación de una estructura de rescate, cuidado, multiplicación y conservación de la riqueza fitogenética y su cultura asociada, a partir de un diagnóstico compartido respecto a la pérdida acelerada de variedades.

Como en Cañamomo fue el caso del café, en otras regiones colombianas el monocultivo que amenazaba esa biodiversidad pudo haber sido la caña de azúcar, la palma aceitera o el algodón.
En el departamento de Caldas, Cañamomo fue el resguardo que inició este proceso, el cual se extendió por otros resguardos indígenas vecinos y generó la denominada “Casa de las Semillas” cuya intención es generar un ambiente adecuado para las mismas, inserto en el propio territorio y que dista mucho del “banco” de semillas que refleja en su concepción la idea financiera de la agricultura.
La necesidad de que las semillas estuvieran disponibles incluso para agricultores ajenos a los resguardos involucrados en esta apuesta estratégica propició también un sistema de comercialización por la cual los campesinos indígenas reciben renta, pero además evitan el ingreso de las semillas industrializadas, híbridas o transgénicas.

No obstante, María Velma señala que las políticas públicas del estado colombiano favorecen precisamente el paradigma opuesto. La reciente resolución “9.70” ha criminalizado la producción autónoma de semilla, generando incluso quemas de semillas familiarmente producidas.
Ante ello, el posicionamiento es a la desobediencia civil: “ni nos vamos a registrar ni nos vamos a certificar; si todos hacemos lo mismo organizadamente, el ICA (Instituto Colombiano de Agricultura) no puede enviar un policía a cada finca”, dice la dirigente de MAELA comentando el proceso de “entutelado” de la resolución por no cumplir con las exigencias de consulta libre, previa e informada, taxativa para los territorios indígenas de acuerdos a reglamentaciones internacionales, internalizadas en el marco de Naciones Unidas.
Sobre la significación de la Escuela de Formación Política del Movimiento, María Velma destacó la necesidad de incidencia en distintos espacios, así como la identificación de problemáticas, diagnósticos y resistencias comunes.

“Vemos que estamos en lo mismo, en la misma dinámica, pero también la Escuela me ha permitido fortalecer algunas cosas que desde nuestro proceso podemos estar en debilidad. Para nosotros el tema central es el de la semillas, sin ellas se cae todo el imaginario que uno tiene de la Agroecología porque son la base de la Soberanía Alimentaria”, dice María Velma.
Dentro de las parcelas, el trabajo de cuidado y conservación de las semillas tiene claramente rostro de mujer, en tanto los varones, generalmente, dedican su tiempo a los cultivos que generan renta.
De ahí la importancia de la lectura de género y la división sexual del trabajo, con que contó la Escuela. “Desde que soy guardiana de semillas, me siento mejor persona. He logrado mirar al fondo de mí y avanzado en muchas cosas. Me siento mucho más comprometida y transmitiendo un mensaje, primero que todo a mis hijos: que logren entender y respetar la vida en toda su expresión”.

Paraguay: el imperio sojero

 

La delegación paraguaya a la I ECFP fue importante, reflejo de la reciente incorporación de varias organizaciones de ese país al Movimiento. Las que estuvieron presentes en Cañuelas son la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI), el Centro de Educación, Capacitación y Tecnología Campesina (CECTEC) y la Coordinadora de Empresas Asociativas Rurales Campesinas y Departamentales (CEARD). El simple dato de la caída abrupta de la población rural en las tierras paraguayas (en números redondos, pasó del 60 al 30 por ciento de la población en la etapa pos-dictadura, es decir unos 25 años) es una fotografía orientadora de la profunda crisis humanitaria, social y alimentaria del territorio corazón de América del Sur.

En junio de 2012, un golpe de estado con el apoyo explícito del agronegocio, el latifundio y trasnacionales como Monsanto y Río Tinto-ALCAN, truncó las expectativas de dignificación del medio rural paraguayo, nacidas al calor del gobierno del religioso Fernando Lugo. Cuando aún los ecos de lo que se conoció como “golpe de estado parlamentario” –que le costó a Paraguay su suspensión del Mercado Común del Sur (MERCOSUR)- se habían liberado autorizaciones para nuevos eventos transgénicos, los procesos de recuperación de tierras “mal habidas” por parte de organizaciones campesinas volvieron a foja cero y las licencias de explotación minera se aprobaron en tiempo récord por el nuevo régimen de facto.
La frontera agrícola-sojera avanza aceleradamente en Paraguay, generando como contracara una centena de asentamientos irregulares en torno a las principales ciudades del país como son Asunción, Ciudad del Este o San Pedro. Los asesinatos selectivos a líderes y lideresas campesinos, la persecución de las organizaciones y la injerencia internacional tanto a nivel territorial (empresarios “brasiguayos”) o estratégico (presencia de instancias de inteligencia y seguridad tanto norteamericanos como israelíes) son parte de la acuarela del Paraguay 2014, con el gobierno de Horacio Cartes.

Lilian Galeano es parte del equipo de la Escuela de Formación Campesina en Agroecología de CECTEC en Itapúa. Su familia, campesina, se dedica al vivero, tanto de árboles autóctonos como de yerba mate, cuyo cultivo que pese a ser uno de los tradicionales del país, se ha extendido en los últimos años.
Como educadora, tiene una visión panorámica de las injusticias de género que priman en el campo paraguayo: muchas veces-relata- son los hermanos varones los que acceden a la capacitación por decisión de los padres, relegando a las mujeres a las tareas internas de la casa. El CECTEC, internaliza políticas diferenciadas en ese sentido, buscando revertir dicha “naturalización” a las puertas del instituto educativo e influyendo en las familias cuando se trata del “tiempo de hogar” que los estudiantes intercalan con el “tiempo escuela”.

Sobre su saldo personal de la primera ECFP, Lilian subraya precisamente la mirada feminista y señala que la veloz venta o arrendamiento de parcelas en Paraguay ha dificultado las posibilidades de las mujeres en la producción agroecológica. Así, la profundización en las políticas de género es para Lilian, con 24 años y siete hermanos y hermanas, una ganancia que se acompaña con la metodología de educación popular que rigió la Escuela. Su formación ha sido, cuenta, “enfocada hacia lo productivo”, pero la experiencia en MAELA, de cuya Asamblea del Cono Sur realizada en diciembre en Uruguay también participara, le ha servido para valorar “la importancia de la incidencia política” en un escenario como el paraguayo donde la contradicción “agronegocios versus agroecología” es una lastimosa realidad.

Lilian, Grace y María Velma coinciden en la importancia de una articulación continental como MAELA y la formación política de sus cuadros, entendiendo que los debates y aprendizajes acontecidos en Cañuelas, cerca del Aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, incidirán en la propia toma de decisiones del Movimiento en los diferentes espacios internacionales y fronteras adentro de cada país.
Todas y todos, confiesan que la Escuela quizá haya extendido las agendas necesarias a profundizar, como debate interno –que se reflejará en la próxima Asamblea Continental prevista para este año 2014- y también como capacidad de construir estrategia, interactuar con instancias de poder y movilizar alianzas.

Porque, al fin y al cabo, se trata de transformar un sistema proveedor de la alimentación del planeta.

más información en : http://www.maela-agroecologia.org/